Navidad fiesta espiritual o
material
Podemos
ver, al caminar por las calles, que ya muchos empiezan a decorar sus casas, a
instalar sus árboles navideños, a confeccionar sus pesebres, que representan el
nacimiento de la persona más importante que ha pasado por ésta tierra. En las
instituciones públicas vemos como se organizan para decorar sus lugares de
trabajo. No es raro, en cada escritorio encontrarse con el jarro navideño o con
cualquier adorno que recuerde la temporada. Vemos en diferentes negocios artículos
navideños, que sirven para decorar cada rincón, cada espacio. En las noches es
muy acogedor caminar entre luces de colores que nos hace respirar éste ambiente
navideño.
Todo
esto forma parte de la cultura, que nos ha sido trasmitida de generación en
generación, es parte del materialismo, que de una u de otra forma, nos ha sido
introducido en nuestros pueblos. Estas fiestas, con el pasar del tiempo se han
vuelto en una apología del consumo, del compartir, pero lo material, los artículos,
los regalos. Se ha convertido en una especie de competencia por hacer conocer a
los demás, no tanto nuestra generosidad, sino más bien nuestra capacidad
adquisitiva, y en este desquicio, por guardar las apariencias, no importa,
muchas veces el endeudarnos más de lo que podemos, pues en estas fechas debemos
demostrar nuestra “capacidad de compartir”.
Desde
este punto de vista, esta fiesta tan especial, que nos acerca a Dios, pues en
ella recordamos el inicio de la promesa o bienaventuranza más grande del Creador:
La Salvación, ha sido desvirtuada, no por nuestra cultura, sino por un
consumismo atroz, introducido desde supuestas culturas del primer mundo.
Hemos
caído en este juego, estamos inmersos en él, casi nada podemos hacer, estamos
bombardeados por todos los medios de éste consumismo. Son miles de propagandas
que nos incitan a derrochar.
Entonces
nadie se pone a reflexionar si mejor es preparar el pesebre del alma, el
corazón, transformar ésta fiesta, que la hemos convertido en materialista, en
una fiesta espiritual, en una comunión con Dios, en un puente en donde Él sea
quien nos regale el verdadero sentido de ésta gran fiesta.
Muchas
veces nos sentamos a armar el pesebre de casa, decoración que la vemos como una
especie de ritual, incluso de sacrificio, para demostrar al Creador el amor y
respeto que le guardamos, pero nos olvidamos que con el vecino de enfrente,
muchas veces, en nuestra propia casa, las cosas no están bien, que vivimos en permanentes
conflictos, que todavía ese niño, que no tuvo la suerte que tuvimos muchos, nos
incomoda por su olor. No sería mejor si tomamos en cuenta su palabra y en esta
Navidad dejamos el pesebre, por un momento, a un lado y corremos a
reconciliarnos con quien no lo estemos y, luego, sólo entonces, regresamos a
decorar nuestra casa, a armar nuestro pesebre. (HCR)
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